domingo, 24 de octubre de 2010

A tus pies en mi ventana

Me encuentras, como siempre en la cotidianidad, mirándote muy fijo hacia tu punto cardinal. Mi balcón que se transforma en mi refugio y mis letras en mi desahogo.
Pareciera que el cerro me ilumina con su oscuridad, y me cobija con esa fría cara que lo sostiene. Su cruz me hace odiar en el infinito de los recuerdos de la creación, al creador y los creados: los ciervos de ese Dios.
Aún así te sigo buscando entre las ramas de los árboles que te arremangan, y me inundo en la amargura de pensar que no existe garantía alguna de encontrarte; es sólo una esperanza
-el mayor enemigo del hombre-
Me han contado que hacia esa dirección las flores nacen en los cielos (tan lejos, que hasta es irrelevante) seguramente la contaminación de nuestras almas borraron los colores que junto a las nubes le dan a tus vecinos el espectáculo que Jesús nos otorga.

No entiendo para qué sigo esperando... Tu no muerte acepto no, (quizás por los siglos de los siglos) pero me ayuda a superar esta nostalgia pensar en algo que te involucre.
No te preocupes, que tu nombre ya no duele, y a mi corazón ya le han encontrado el equilibrio. Pero
-pero-
en el fondo de mí, nunca podré levantarme de nuevo: de la gran pérdida que significó jamás volver a pensar en tí como una amistad.

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