martes, 10 de julio de 2012

Cuentos del semestre de Otoño

A ratos me gustaría dejar de ser yo.

Cambiarme a la vida de alguien más, y partir un nuevo juego desde allí.
No se puede. La velocidad de escape del planeta alarconiano es más grande que cualquiera de mis capacidades.

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La mesura es tremendamente importante.

Es una cualidad que aparece en la sociedad que construimos, y en los individuos que somos. Pareciera que algunas veces se ausenta, aparece la imprudencia, y luego de unos cuantos empujoncitos arremete feroz la mala lengua.

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Le dije a Benitez, mi psicóloga, que tengo el tremendo problema de buscar nuevas metas y no conformarme con ningún logro, por grande que fuere; Que siempre estaba como enfocado en disfrutar el cómo lograr aprender a tocar violín, o en cómo le hice para aprender japonés, más que en el hecho mismo de tocar a Bach o hablar el idioma. 

Me dijo que eso no era algo malo, como yo lo describía, sino todo lo contrario: La vida es un camino a la Muerte, pero todo lo importante, no es el fin, sino que el camino que se recorre para llegar a.

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Mi mente es extraña, ni yo mismo entiendo mis pensamientos. 

Lo terrible es que estoy consciente de este desentendimiento.

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El primer deseo sexual del que yo me acuerde consistía en yo mismo caminando desnudo por la calle sumergido en una noche lluviosa, fría e iluminada sólo por los faroles de la calle. Cada gota de lluvia golpeteaba cada centímetro cuadrado de piel. Buscando cobija, me recostaba en el suelo y con mi brazo desplazaba muy lentamente el agua que yacía bajo mío, en una poza generada producto de un desnivel en el suelo.

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Detesto enormemente esa sensación que te deja la gente que no puedes leer con claridad. Acostumbro a percibir muy eficazmente las intensiones de quienes me rodean; Aunque rara vez aparece alguien cuya actitud genera una reacción ambigua en mis percepciones. Me molesta la intriga e incertidumbre que esto provoca, y el hecho de saber que tarde o temprano voy a terminar obsesionado con la idea de que esa otra persona actuó con conciencia de generar tal ambigüedad.

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No me gusta el ruido. Prefiero los lugares silenciosos y calmados, donde todo esté en paz. 

Paradójicamente, hablo muy fuerte, casi gritando dicen algunos. Debe ser porque cuando chico nunca me sentí escuchado.

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Tengo el miedo de estropear las cosas lindas que ocurren en mi vida. 

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