Hiciste de tu tierra tu lecho, tu acompañante.
Y de las hortalizas tu descendencia,
ya que solo te fuiste por los senderos
de una interminable relación.
En la vida te consumiste,
y la cuidad en tu encanto se amargó:
Quién dijo que tú obligaste.
Quién dijo que todo crece en la fertilidad de tus pies.
Así de pronto, llegó a tus ojos ese cuerpo
Muy lleno de excitación, sabores y sensaciones.
Te dejó estupefacto, y lleno de la misma energía
que cada lechuga, tomate, tuvo al percibir tu sudor.
Mirada contra mirada se acercaron,
y entre lenguajes se tocaron,
muy dentro en el corazón.
No había melodía, que arpa pudiese tocar.
Volvía a los versus, y no a los de su cuerpo, sino a los de la tierra
y entendía que, cada quien debe conocer su lugar.
y mientras la corbata de uno permanecía en el gris de la ciudad,
el pañuelo del otro se consumía en el verde renacer de un mundo virgen sin retornos.
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