El niño, sentado en su cama con la luz apagada, se tomaba la cabeza con las manos y miraba desesperado su ventana tratando de encontrar la luz de la Luna. Entre tanto, sólo gritaba en un desesperado intento de que su corazón escuchara su conciencia, y se decía a sí mismo: "Debes aterrizar hombre, Aterriza! Por Mercurio!".
Su alma hacía oídos sordos mientras las nubes le preparaban un réquiem espectacular. Lo demás, sólo pasaba, igual a como fluye el torrente del río hacia la orilla del mar, sin nada que pueda detenerlo.
El niño ya no había alcanzado a construir una represa, fue llevado por la corriente. Él lo aceptó con ternura. Sabía que llegando al mar, al menos, iba a ver la Luna por última vez antes de morir ahogado. No soy ningún conformista, y la muerte no me asusta; Desde luego aceptaba, sin embargo, que la corriente del río era más cálida que mi oscuro rincón en este mundo. Éste que fue tan cruel de hacerme creer que podía volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario