La oportunidad se confundía entre las hojas, muy coloridas, que caían como formando la lluvia que nunca llega, esa que las nubes se guardaban en la garganta por temor a ser juzgadas.
Atardecía y mis pasos sonaban lúgubres en el silencio de la ciudad: Había una melancólica huella de perfume dejada por el viento de la casi noche. Yo seguía mi camino como si mi marcha encendiera los faroles de las calles, en un ir y venir de nada.
La soledad de una flor, escondida entre dos puestos de comida rápida, ya apagados por la jornada, me hablaba desesperada, pero yo ya tenía un destino. Mis manos parecían tibias, era la ilusión dejada por mi abrigo, se veía como mi único acompañante.
Aparecía en lo alto Sirius, todas eran señales claras. Yo me apresuraba y daba la vuelta en la esquina, pero nuevos pasillos entraban a cuadro. Las hojas esta vez eran más verdes que antes.
En lo profundo de la avenida se veía una silueta: Una silueta con una mirada parecida, también con las manos en su respectivo abrigo más con la esencia del hogar. Definitivamente me había estado esperado, y cuando llegué, de pronto me sentí en Verano: Nada importaba, ni las hojas que caían, porque mis labios ya podían descansar en los suyos.
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