Hasta el día de hoy, bajo la sombra de un árbol, se encuentra una botella de vino que tiene enrollada en sí un país lleno de contrastes, con paisajes de gran variedad, con gente que ha observado el Sol y las Estrellas. Próxima a la botella una planta crece rodeando los obstáculos que su lecho le ofrece, escapa de esa tierra removida, y empuja hacia arriba como buscando algo. Florece en lo próximo y contempla el espectáculo de ver, un mundo que raspa lo maravilloso.
Caen luces rapaces en la bóveda, son muchas como para contarlas, y muy rápidas como para entenderlas. Sólo se encargan de darle color y alegría a la imagen: Es él viniendo de brazos abiertos desde el firmamento y hacia la tierra, con los pies en alto y la cabeza abajo, como si de un meteoro rodeado de un fuego que no quema se tratase.
Eleva su pendiente y surca los mares. Saluda al rey Neptuno y sus tritones, bajo el agua las burbujas parecen celebrar su llegada, y los peces entienden que la lluvia no cae al fondo marino. Los corales lloran su paraplejía, y las rayas no se desplazan con la suavidad que las caracteriza porque ya no dependen de ningún eufemismo convencionalista.
En el rojo ardiente del magma también fue recibido. Había una entrada a este reino en el patio del palacio de la Atlántida. Esa roca ígnea que no tenía intenciones de calmar su furia comprendió que ya nada podía hacer contra tan importante visita. Los gases tóxicos se excitaban, y despertaron con su euforia a Hades, que refregando sus manos atendió a la celebridad con honores.
Sobre París el aguacero no cesaba. El romanticismo de la escena llenaba los corazones de los enamorados que yacían en la plaza de la Bastilla, a ciegas de la temperatura ambiental. Sus cuerpos estaban muy cerca como para fijarse que sobre la fuente de agua, se preparaba un gran banquete. Zeus estaba en la cabecera de la mesa, y se puso de pie sólo cuando fue informado de que la visita había llegado. Le dio su mano, y tras un largo abrazo, le conversó de tantas cosas que habían acontecido en este período. En una eternidad pasan muchas cosas.
Las tierras más australes no se quedaban atrás. La señora Juanita preparaba una rica cazuela para recibir a su invitado especial. La campana del fundo sonó y los perros comenzaron a ladrar, quizás de miedo, quizás de felicidad. Don Manuel abrió la puerta y puso su típica cara de alegría: Sus bigotes acomodados a su sonrisa y su nariz roja que hacía juego con las arrugas de sus ojos. El olor a madera húmeda conjugaba una sobremesa, y la tetera silbaba pidiendo la atención que él se llevaba. Don Manuel le regaló un vino de la casa, que con gusto se llevó consigo.
El rosario de los seis millones estaba largo y flaco, de inicio cálido y árido y final de tundra y polar. Con perlas rocosas en el camino, y un vasto mar que le rodeaba hasta la última oración. Él lo llevaba, enrollado en el vino que con mucho cariño traía en sus brazos, pareciera que el tiempo es infinito, mas la realidad aterriza: Era hora de partir.
Él tenía el cariño de los más altos, un vino, y un fruto que deja todo cuanto enamora. Iba a morir, algo tenía que ocurrírsele y rápido.
Cavó su propia tumba. se recostó en lo profundo, y puso su vino sobre ella, bien en lo alto. Él mismo se tapó con lodo y se hizo con el suelo: Parecía transformarse en una piscina de recuerdos y colores; Sabía perfectamente que en un planeta tan fértil, todo se engendra. Nada se desperdicia, porque todo es una semilla. Nuestra madre es nuestra tierra.
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